25.8.11

Defenderse

Es palabra ha salido harto en la semana. Desde la sensación nacional, contingente, súper triste, de tener que defenderse del gobierno democráticamente elegido, sensación de defensa terminal frente a una violencia arrolladora de patrón de fundo a lo Facundo Sarmiento.

Por otro lado, la defensa que me tiene absolutamente agotada de los propios empleadores, empleadores también "elegidos" por uno en el segundo impensado en que uno dice "acepto" y hace los votos de prosperidad, libertad y no se qué revolución interna a cambio de un cheque el día 30.

Por último, la defensa frente a lo que no ha elegido sentir, y frente a esa defensa no hay nada vivo que te cubra de las lluvias ácidas.

Finalmente, las defensas más costosas son todas aquellas que te cuestan brazos y ojos, porque elegiste estar ahí paradito en ese segundo, en ese reducto.

Porque defenderse de otros en una elección, no es solo defenderse de aquellos que han sido integrados voluntariamente a los espacios de seguridad más íntimos, sino también es defenderse de uno mismo, parado, mirándose a uno mismo, reprochando los sufragios. Es la defensa, energéticamente de dobles requerimientos, que lo deja a uno botado en el suelo, lamiéndose las heridas, esperanzado en que algo suceda y rompa, quiebre.

Yo siempre estoy esperando la fractura.

Como si quebrarse en otro, alguna vez, fuera un suceso extraordinario, un pedazo de universo tendido en mis muñecas vírgenes, envuelto en una tela vaporosa que muestre los espacios de piel en la medida en que sople el viento a favor.

Me dijeron que defenderse era naturalmente sobrevivencia. Si has estado rodeado de abismos, la sobrevivencia es la cotidianidad y con eso estás naturalmente cagado. Pero vivo. Luego no sabes cuando dejar de y cuando comenzar. Tiempos y silencios. Y simulaciones de muerte y más sufragios. Y quedá cagá y media otra vez. Y de nuevo no se sabe cómo comenzar.

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