28.6.08

W.C.

Tanta mierda se acumula con los años, que después se necesitan rollos y rollos de papel para poder limpiarse.

26.6.08

Un fin de semestre.

Hay una cantidad tan impresionante de cosas por hacer cuando uno tiene cosas obligatoriamente por hacer. Es como cuando uno se pone a dieta y la mamá compra trufas!!! o sientes el olor de tu comida favorita. Es como cuando hay tanta programación que no sabes qué ver y decides ver lo que menos te ocupa cerebro. Aunque en realidad da lo mismo por que el cerebro va a seguir ocupado tramando cómo sacar la vuelta de esas millones de cosas que obligatoriamente tienes que hacer.

20.6.08

Rutinario.


¿Hagamos el mal en una cama de plata? En un invento de fuego furioso. En la creatividad robada de un poema rutinario. Y poesía poesía poesía poseía poseía poseía.


Vemos una cantidad de sexo inmejorable por mi pantalla virginal abierta. Por una parte, egos mordidos en análisis seminales de desodorantes y juguetes que te inducen a no comer por obtener una cintura de 4.5 centímetros. Creo que unos lentes puede cambiarte la vida. Una tintura, un tobi, un organizador de zapatos, un shampoo, una crema, un cepillo de dientes, un abrigo, unas botas, un punto negro menos. Creo. Pero jamás un libro puede cambiarte la vida. ¿Quién ha visto un comercial de un libro? -Yo. "La bruja de Portobello" Coelho. Y ¿qué piensa la gente acerca de Coelho? -Que les cambia la vida. ¿Ven? Al final Coelho y una pasta de diente están al mismo nivel, y yo, bueno, yo, sí me lavo los dientes pero no leo a ese brasilero chanta.


19.6.08

Er bolishe.

Cumplo 70 entrada. Pero cuando sean 100 celebramos. Hoy no. Nunca es suficiente.

16.6.08

“La chancha”, un monólogo a la soledad.


Los audífonos en los costados, la inconexión entre motivos, el mismo puente al medio del río Mapocho, que sirve de escenario… tanto la puesta en escena, como el guión, todo apela a la soledad en “La chancha”, la nueva apuesta dramatúrgica de Luis Barrales (Hans Pozo, H.P.). Montada en el Teatro del Puente, la obra se presenta como un cúmulo de identidades al parecer identificable e inocente de la realidad juvenil nacional, para transformarse al final, en una apelación, un grito individual, hacia la soledad de las masas.

Barrales se caracteriza, en sus trabajos como director, por representar los sectores no utilizados habitualmente en las utopías teatrales, los flaites, los descuartizados, los uñas sucias, son sus musas para llevar a los espectadores a reaccionar, estrellandose contra el pavimento por el que caminan día a día sin levantar la cabeza y detenerse a observar. En este caso, en esa búsqueda por responsabilizarse en las historias marginadas, Barrales se concentra en el grupo de jóvenes, que como plagas adictas, buscan hoy una identidad a cómo dé lugar, y para ello utiliza un juego visual que llega directamente al espectador. Participantes de un foro que los conducirá al suicidio, los seis protagonistas, están vestidos con ropas llamativas, develando la “Japan wave” que se inyecta por los ojos y los oídos al ritmo sincrónico e hipnótico del parapara. No apelan a la identificación en ese aspecto, los actores que llenan el espacio limpio del escenario, juegan a que son estrafalariamente diferentes a todo el grupo de gente que se sienta en las butacas y los observa con curiosidad morbosa, como tratando de encasillarlos en una identidad que ni siquiera les preocupa proponer. Si “Sangre de narices” (María José Bello), “Emoticon” (Daniela Aguayo) o “Konami” (Rodrigo Soto) son otakus o emos, no es el asunto, lo que se evidencia en sus diferentes discursos, los que en realidad apelan a la verdad tribu urbana que los une: la soledad. Más aún, el “¿matémonos juntos?” que reiteradamente los actores explicitan al público, nos indica la mayor interrogante que deja la obra: ¿No somos todos parte, también, de esa tribu urbana?

Los distintos monólogos con los que está construida la obra, en textos que sobresalen por ser dinámicos y certeros, como el de Konami (Soto) en el inicio, justifican este aislamiento que resulta ser el punto de convergencia entre los personajes. Es la dinámica del foro, de la comunicación que carece de medio audiovisual y de inmediatez relativa, dónde la exposición es frenética y heterogénea. Ese mismo aislamiento puede verse en los audífonos que los actores usan y que están colgados de los costados del escenario. El deseo por la incomunicación es individual y masivo al mismo tiempo, ya que el método es el mismo.

En consonancia con denotar la soledad de la masa que la obra plantea, cada monólogo es decidor en cuanto a reafirmar esta ausencia, ya que dentro de las razones con las que ellos justifican su motivación al suicidio no hay “particularidades de tribu”, si no que ellos apelan a echarle la culpa a lo que sea, todo sirve, ampliar el campo de razones, ya que se tienen tantas posibilidades y todas llegan a todos. Por otra parte, hacen notar las múltiples similitudes como sociedad latinoamericana que traspasan generaciones. El deseo fervoroso por lo particular, por ser “especiales” en una sociedad en la que nada corresponde a nuestros conceptos de particularidad sembrados por la cultura norteamericana y el capitalismo. Las ganas del terminar con todo no son por carencias, si no por poseer de una manera diferente a la que vimos en la televisión. En conclusión, la obra no trata de un grupo de frikies que quiere suicidarse, no es un reflejo de un sector de la sociedad. Se trata del deseo colectivo por terminar con nuestra soledad y de la apatía a la melancolía, que “Dallas” nos legó, al enseñarnos que ni los ricos ni los pobres deben llorar. “La Chancha”, en ese sentido, es transversal en edad y perspectiva, ya que lleva a posicionarnos dentro y fuera, como observadores y participantes, lo que se comprueba en que el diálogo mas potente, dentro de la obra, es aquel visual, permanente, de los actores con el público. De esta manera, la obra se transforma en un proceso de reconocimiento y aprendizaje interesante, si la observamos con la suficiente humildad como para no cerrar los ojos y aguantar el golpe con el cemento.

A los letrados.

Somos como arañas. O como guepardos defendiendonos las presas a alguna vida perdida. Es gracioso que yo siempre busque la identificación. Que busque qué es. Qué soy. Que somos, o qué fui. Al final, no compartimos nada, cuando tenemos algo demás, la idea es solo chupar y chupar de la pajita de las oportunidades para lograr rellenarnos el vientre de aquello que se llama éxito. Hasta que parezcamos niñitos de Ruanda cubiertos de moscas. Y para colmo nunca hay un sapo cerca para librarnos de ellas. Éxito. Éxito que nos excita. Éxito que nos excita y con el que te excito. Creemos que eso vale y que el resto se vaya al cuerno. O a la mierda, o a la conchadesumadre, o dónde suene más visceral. Sí, puede ser que las correlaciones no sean muy buenas, y que yo tenga las mismas posibilidades de ser lingüista que de ser ingeniera. En este minuto le estoy parando el dedo del medio a ustedes. A todos. Tal como lo hacía cuando era chica, estiraba la mano y dedo a dedo bajaba el gordo, el anular, el índice y el meñique para mantener erecto una falange delicada y gordita frente a los autos. Ahora no es delicada ni gordita, y se parece más al pene que intenta metaforizar. Se lo meto en las narices a todos los que alguna vez se creyeron el cuento y pensaron que esto era bueno. A todos esos que crean los problemas desde su voluntad perdida y que se inventan problemas desde sus egos malogrados. Todos esos depresivos endógenos que no saben qué hacer con su tiempo. Que no encuentran lugar para expresar su mierda. -Al final, ¿quién es la enferma? eres tú la que no le habla a tres de los que fueron sus mejores amigos, solo soy el número que sigue en la fibonacci de tu vida- A todos aquellos que creen que pasar la noche con uno de esos artefactitos forrados y con letras tras letras en sus hojitas prensadas es un buen panorama. A todos los que creyeron que esta línea parecía una pregunta de encuesta. A otros, tengo sinceras ganas de partirles la cara. Y se los comunico, parias, brutos de carácter débil y poca vida. A esos que se demoraron cuatro mil años en desvirgarse por que no se atrevían. Mierdas. Me voy a dormir en la tierra. O a ver cine basura, o a divagar por páginas que atentan contra mi salud. Da lo mismo. Solo ahora sería interesante encontrarme con la croquera apropiada y motivarme a lo que he venido planeando durante años de besos negros. No tengo un final apropiado para esta entrada, porque de hecho no es más que un recreo de los miles de informes que tengo que hacer para mañana teniendo tantas otras cosas en qué pensar.

13.6.08

Noche.

Creo que me muevo como una serpiente babosa buscando razones. Por mientras, lo único que queda es saturarse de insomnios y rogar que llegue el sueño como un disparo a ese sector blando de la cabeza.

12.6.08

Declaración.

Mi espalda se come mi cuerpo.
[...]
[...]
[...]
Mis labios se comen mis pulgares.
Y por último yo dejo de escribir.

6.6.08

Volatilidades parte (-- --)


La primera vez que asumí que estaba en Europa no fue cuando vi la torre Eiffel enfalando Paris. No fue cuando pise con el avión un aeropuerto en el que habían personas de razas multicolores e idiomas traslúcidos y sonoros. Ni siquiera cuando llamé a mi madre para avisarle que había llegado al hostal excelente y teniendo como único percance la pérdida de mi maleta por la aerolínea. Fue al día siguiente, cuando desperté, le pedí una toalla a una germana compañera de habitación, para poder bañarme y después fui a tomar desayuno. Había una ventana enorme en el pequeño comedor. Y el cielo estaba despejado, a las 7.30 de la mañana. Desde la ventana, una gigantesca chimenea vomitaba su humo gris en el cielo rosado por la lluvia del día anterior. Y la ciudad, abajo, repleta, llenísima de edificios viejos y un montón de años que me sobrecogieron. Este es uno de mis recuerdos más felices. Nunca me había sentido tan lejos, y creo que la diferencia radical no la marcó el idioma, o la gente o el olor que respiraba, si no esa pila de años que se me cayeron en el plato ese día y me hicieron parar del asiento y salir corriendo a pisar esos adoquines inmundos de revolución y olvido.




* Y esto es un homenaje a esa foto que nunca saqué porque prometí recordarla siempre. Así es. Muy vividamente. Tanto que hay dias en que me abruma. A pesar de que el frío acá es conocido.

3.6.08

Ultraje

El Miedo.

Pizarnik.

En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.