9.5.10

La segunda navidá


Hoy es el día de las madres. Y no entiendo tanta parafernalia. De verdad que no logro comprender, cómo una fecha institucionalizada por el comercio, por la publicidad, sin ninguna base lógica (o acaso la madre de las madres nació el 10 de mayo??) se haya agarrado tanto en la idiosincracia chilena. Bueno, somos un montón de huachos buscando agradecer que no nos hayan rechazado del pezón tibio. Fuimos, colonialmente despreciados del faldón paterno para arrojarnos a la utopía del matriarcado. Quizás por eso es que no me llega. Porque no creo en el matriarcado... y nunca mamé. Ahí me anorexié de esa conexión envidiable que hace correr a la gente a los malls y a cualquier parte para conseguir un objeto que metaforice ese amor infinito. Un amor que no comprendo en la vulnerabilidad de mi consciencia. Un banderín de lucha, ser consciente. Asociado totalmente a la racionalización de la vida. A no sentir el pezón tibio, ni nada. Y ahí se vienen todas las memorias y el retraso, porque ya no puedo amamantarme y tengo que empezar a reactivar mis poros para que se abran y reciban por otros ladors algún insuflo vital desde alguna parte. Y en eso estoy, hablando de mis relaciones. Negando el día de la madre.
Me dicen a cada rato que cuando sea madre lo voy a entender. Espero no hacerlo. Nunca.

6.5.10

Núbil

No le tengo miedo a los atardeceres ni a la lluvia. Le tengo miedo al miedo. A la noche y a las canciones que provocan escalofríos. Le tengo miedo a la película Closer, porque la he visto como 16 veces y no la entiendo. suelo tenerle miedo a lo que no entiendo. Los extraterrestres, las arañas. A lo silencioso.
Cuando era chica e iba al trabajo de mi papá, siempre me daba vueltas y vueltas en la silla de escritorio con rueditas. Soñaba con tener una y dar vueltas y vueltas en la intimidad de mi casa, mientras veia tele y qué se yo. Hoy que la tengo nunca doy vueltas. De eso me acuerdo cuando de repente doy una vuelta porque el viento corre.
Me da miedo no empezar nunca. Y suele costarme empezar.

Enferma de abril.

Enferma de abril recomienzo este blog con más de pueril que de poético. Por eso el nombre, en un ejercicio de poca vanidad y autoreconocimiento, quiero honrar uno de los mejores platos de mi difunta bisabuela. Una de las cerderías más grandes pero más deliciosas de la culinariedad chilena. Y ese es un tema para otra entrada.

Le tengo miedo a Abril. Una fobia loca. Por dónde empiezo, y he ahí el desahogo, empezar para terminar. El mito de hablar para cerrar, como si dejar de pensar fuera un mecanismo exteriorizable, el switch que activo tocándome la nariz o un pezón. Este horrible miedo se genera desde la serie de acontescimientos desagradables, incontrolables y contínuos que llenaron este mes que, gracias a la intervención del Cronos, ya se termina. Lo primero fue el despido. 1 de Abril inauguramos semana santa con el despido, término de contrato, ausencia de explicaciones y otros apelativos para el adiós a las clases en el Lastarria. No le podemos decir porqué pero usted no aprobó el examen sicológico. No le podemos mostrar su test pero le aseguramos que no puede hacer clases en este establecimiento. Y el pituto aparece a hacerles clases a mis alumnos, que sí, siguen siendo mis alumnos, que siguen en contacto y que espero poder hacerles el bendito taller literario que no puede transformarse en una epifanía.
Luego, sucesos como la pérdida de mi provisorio dental, la equivocación de micro cuando iba en función de guía..., la nula posibilidad de comprar cositas en un almacén porque los códigos de barra no funcionan, los cortes de luz que provoqué al encender algunos interruptores que funcionaban perfectamente cuando mi familia los ocupaba, fueron coronados por el examen de grado. El examen de grado. Un rayo-trueno en la mitad de mi presentación con power point, terminó con la luz y con mi autoconfianza. Luego, un amoroso profesor que no me permitió salir a buscar a alguien para que lograra encender el computador y continuar con mi exposición. Tuve que terminar a capella no más. No me fue mal pero la impotencia fue desastroza por un rato. ¿Zeus y sus amiguitos en mi contra? Después de eso, ¿qué más? decía yo...
Bueno, luego vinieron otras anecdotas, una gastritis horrenda en un carrete me hizo vomitar. A mi, la que nunca vomita, la que odia vomitar y a los vomitantes... a horas de dar mi discurso al respecto, bueno, me tuve que tragar mis palabras. O expulsarlas horriblemente en el baño de mi amigo. Horrible no tener presente los detalles. Asumir que los detalles hacen las historias y los errores. Si hubiera cerrado con pestillo el baño nadie hubiera entrado, y nadie hubiera sabido de mi escatológica situación. Porque obvio, entró alguien y cuando salí, la atmosfera de lástima etílica rondaba en el ambiente. Una ebria, una loquita curada vomitando en un baño de rancia. Ojalá hubiera sido así para no acordarme. Para no haber tenido tercianas toda la noche y el dolor de guata acompañandome el fin de semana completo. Pero no pos, detalles como ese hacen las anécdotas.
Detalles como el mensaje de texto que le mandé al niñito malcriado al que le hacía clases particulares, diciéndole que habia sido maleducado cortarme el teléfono y dejarme hablando sola, en una de las tantas llamadas que hice para que me pagara la clase de principios de marzo que le hice y me debía. Detalles como ese que hicieron que su mamita abogada me respondiera el teléfono violentamente, amenazandome con su título, con que yo era poca cosa y que me atreviera a cobrarle. Otro mal rato. Uno que me costó ocho mil quinientos, los que esa mujer ignorante me robó. Terminé diciendole que si me trataba de rota, ella era más rota que yo porque había que perseguirla poco menos para que me pagara, que si tenía problemas económicos y de plata, a lo que ella ironizó con que sí, que tenían muchos problemas, no contratara profesores particulares. Entonces corté.

Estoy cansada. Ayer colapsé. Ya no sé que más me falta para confirmar mis malas energías. Aún no me siento con la suficiente energía como para reconstituirme y tomar decisiones para con mi estado de ánimo ni elaborar teóricas con respecto a vivir el día a día. Estoy chata. Y eso que no quiero ni pensar que todavía estamos a 28.