Hoy estuve media hora con un sujeto desconocido manoseándome el cuello con una insistencia
peligrosa. Me costó 27.000 pesos y concentrarme en un punto de las planchas
esas que parecen plumavit pero con hoyos, para no ponerme a reir, convulsionar
o gemir, en el peor de los casos. En el peor de los casos.
El supuesto desgarro de mi músculo
esternoclestomastoideo, ese reducto, el más intimo de mi cuello y a la vez, la
palabra más larga del español según algunos cerdos de yahoo, me llegó como la
confirmación de un trozo de ausencia que retorna del delirio de
los últimos tiempos, del peor de los exilios y con los mejores deseos de
venganza.
Un pedazo de mi volvió para
rotarme, brutalmente, en el más profundo de mis ejes y tener el descaro de
dejarme viva. Frente a eso, el esternoclestomastoideo desgarrado es casi una broma.
Hoy, mientras el tecnólogo hurgábame
impenitente en aquellos sectores con los que negocio mis placeres, yo agradecía
que la ecotomografía no tuviera audio, porque probablemente el corazón quería latirme
más fuerte en ciertos sectores y en otros continuaba desaparecido como es
habitual, razón por la cual he tenido que comprarme accesorios que compensen su
falta como los aros con dos corazones negros porque la filosofía más arcaica
dice mejor que sobren.
Reconozco que hubo sectores que
dolieron. Otros que picaron y otros que sencillamente incomodaron como el tipo de episodios en los que me imagino en una reacción desbordante, catártica, como
saltando en la camilla, rompiendo pantallas y tirando el gel tibio mientras grito
quítate, quítate muérete mi cuello y luego
esperar sentada, semidesnuda, la atención de un paramédico. Pero me concentré
en el punto y de repente, cuando estaba yo perdida en mi propio éter, bastante
espeso hay que decirlo, listo Paz,
estamos listos y me entrega tres miserables hojas de la toalla nova más
delgada del mundo para secarme el kilo y medio de gel azul del que ahora tengo
consciencia en mi cuello.
Me pregunto si fue la combinación
del gel con todo ese pseudo pecado y vulnerabilidad suprema lo que me hizo
comprarme un almohadón compañero de color coral, que me absorba los
pensamientos igual como el viejo que se deshizo en migajas líquidas por el peso
de mi consciencia.
Sobre él es mi próxima entrada.