31.8.11

Del Eternoclestomastoideo.


Hoy estuve media hora con un sujeto desconocido manoseándome el cuello con una insistencia peligrosa. Me costó 27.000 pesos y concentrarme en un punto de las planchas esas que parecen plumavit pero con hoyos, para no ponerme a reir, convulsionar o gemir, en el peor de los casos. En el peor de los casos.

El supuesto desgarro de mi músculo esternoclestomastoideo, ese reducto, el más intimo de mi cuello y a la vez, la palabra más larga del español según algunos cerdos de yahoo, me llegó como la confirmación de un trozo de ausencia que retorna del delirio de los últimos tiempos, del peor de los exilios y con los mejores deseos de venganza.

Un pedazo de mi volvió para rotarme, brutalmente, en el más profundo de mis ejes y tener el descaro de dejarme viva. Frente a eso, el esternoclestomastoideo desgarrado es casi una broma.

Hoy, mientras el tecnólogo hurgábame impenitente en aquellos sectores con los que negocio mis placeres, yo agradecía que la ecotomografía no tuviera audio, porque probablemente el corazón quería latirme más fuerte en ciertos sectores y en otros continuaba desaparecido como es habitual, razón por la cual he tenido que comprarme accesorios que compensen su falta como los aros con dos corazones negros porque la filosofía más arcaica dice mejor que sobren.

Reconozco que hubo sectores que dolieron. Otros que picaron y otros que sencillamente incomodaron  como el tipo de episodios en los que me imagino en una reacción desbordante, catártica, como saltando en la camilla, rompiendo pantallas y tirando el gel tibio mientras grito quítate, quítate muérete mi cuello y luego esperar sentada, semidesnuda, la atención de un paramédico. Pero me concentré en el punto y de repente, cuando estaba yo perdida en mi propio éter, bastante espeso hay que decirlo, listo Paz, estamos listos y me entrega tres miserables hojas de la toalla nova más delgada del mundo para secarme el kilo y medio de gel azul del que ahora tengo consciencia en mi cuello.

Me pregunto si fue la combinación del gel con todo ese pseudo pecado y vulnerabilidad suprema lo que me hizo comprarme un almohadón compañero de color coral, que me absorba los pensamientos igual como el viejo que se deshizo en migajas líquidas por el peso de mi consciencia.
Sobre él es mi próxima entrada.

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