26.9.08

un 26 septiembre 2008.

Tengo un cuaderno verde cocodrilo, que cuando descubrí que era verde cocodrilo me enamoró de veras. Es libre, no como yo, es limpio, no como yo y es algo irreverente, tampoco como yo. Pero es alocado y turbulento. Tiene hojas amarillas chino que parecen de foto. Y lo escribo solo con un lápiz, como un capricho. Me costó $2990 en casa ideas. Y dice "Ideas" en su portada empastada de género de sillón. Lo amo. Me llena y lo lleno. Es como un feedback extraño, comprometedor y consistente. Solo me falta tener sexo con él para considerarme dependiente y empezar a sentirme infiel. No se si las cosas que he escrito ahí son realmente ocurrentes o particularmente talentosas. Pero son letras que me satisfacen y eso no me pasaba hace mucho. Es poco probable, por flojera, que las cosas que escriba ahi las traspase al computador, por lo que estimo que mi expresividad tiene una relación a dos bandas con el blog y el cuadernito, pero quién sabe. No me daría pudor que las leyeran. Ese es un punto importante. No creo haberme convertido en un vidrio transparente, ni sentir que mi complejidad es tanta que nadie entiende el verdadero trastorno del asunto. En realidad, creo que mis problemas son pateticos y la simplicidad es un camino que anhelo. Aún así, considero totalmente leíble mi cuadernito verde. Y quiero ocuparlo completo, para terminar algo alguna vez en mi vida y dejarselo a mis hijos escondido en una caja de madera enterrada en mi jardín. La idea primordial, eso si, es que ellos vean que su mamá logró darse la mano y caminar consigo misma hasta que los conoció a ellos y aún después. Me quedan 114 hojas.

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