16.6.08

“La chancha”, un monólogo a la soledad.


Los audífonos en los costados, la inconexión entre motivos, el mismo puente al medio del río Mapocho, que sirve de escenario… tanto la puesta en escena, como el guión, todo apela a la soledad en “La chancha”, la nueva apuesta dramatúrgica de Luis Barrales (Hans Pozo, H.P.). Montada en el Teatro del Puente, la obra se presenta como un cúmulo de identidades al parecer identificable e inocente de la realidad juvenil nacional, para transformarse al final, en una apelación, un grito individual, hacia la soledad de las masas.

Barrales se caracteriza, en sus trabajos como director, por representar los sectores no utilizados habitualmente en las utopías teatrales, los flaites, los descuartizados, los uñas sucias, son sus musas para llevar a los espectadores a reaccionar, estrellandose contra el pavimento por el que caminan día a día sin levantar la cabeza y detenerse a observar. En este caso, en esa búsqueda por responsabilizarse en las historias marginadas, Barrales se concentra en el grupo de jóvenes, que como plagas adictas, buscan hoy una identidad a cómo dé lugar, y para ello utiliza un juego visual que llega directamente al espectador. Participantes de un foro que los conducirá al suicidio, los seis protagonistas, están vestidos con ropas llamativas, develando la “Japan wave” que se inyecta por los ojos y los oídos al ritmo sincrónico e hipnótico del parapara. No apelan a la identificación en ese aspecto, los actores que llenan el espacio limpio del escenario, juegan a que son estrafalariamente diferentes a todo el grupo de gente que se sienta en las butacas y los observa con curiosidad morbosa, como tratando de encasillarlos en una identidad que ni siquiera les preocupa proponer. Si “Sangre de narices” (María José Bello), “Emoticon” (Daniela Aguayo) o “Konami” (Rodrigo Soto) son otakus o emos, no es el asunto, lo que se evidencia en sus diferentes discursos, los que en realidad apelan a la verdad tribu urbana que los une: la soledad. Más aún, el “¿matémonos juntos?” que reiteradamente los actores explicitan al público, nos indica la mayor interrogante que deja la obra: ¿No somos todos parte, también, de esa tribu urbana?

Los distintos monólogos con los que está construida la obra, en textos que sobresalen por ser dinámicos y certeros, como el de Konami (Soto) en el inicio, justifican este aislamiento que resulta ser el punto de convergencia entre los personajes. Es la dinámica del foro, de la comunicación que carece de medio audiovisual y de inmediatez relativa, dónde la exposición es frenética y heterogénea. Ese mismo aislamiento puede verse en los audífonos que los actores usan y que están colgados de los costados del escenario. El deseo por la incomunicación es individual y masivo al mismo tiempo, ya que el método es el mismo.

En consonancia con denotar la soledad de la masa que la obra plantea, cada monólogo es decidor en cuanto a reafirmar esta ausencia, ya que dentro de las razones con las que ellos justifican su motivación al suicidio no hay “particularidades de tribu”, si no que ellos apelan a echarle la culpa a lo que sea, todo sirve, ampliar el campo de razones, ya que se tienen tantas posibilidades y todas llegan a todos. Por otra parte, hacen notar las múltiples similitudes como sociedad latinoamericana que traspasan generaciones. El deseo fervoroso por lo particular, por ser “especiales” en una sociedad en la que nada corresponde a nuestros conceptos de particularidad sembrados por la cultura norteamericana y el capitalismo. Las ganas del terminar con todo no son por carencias, si no por poseer de una manera diferente a la que vimos en la televisión. En conclusión, la obra no trata de un grupo de frikies que quiere suicidarse, no es un reflejo de un sector de la sociedad. Se trata del deseo colectivo por terminar con nuestra soledad y de la apatía a la melancolía, que “Dallas” nos legó, al enseñarnos que ni los ricos ni los pobres deben llorar. “La Chancha”, en ese sentido, es transversal en edad y perspectiva, ya que lleva a posicionarnos dentro y fuera, como observadores y participantes, lo que se comprueba en que el diálogo mas potente, dentro de la obra, es aquel visual, permanente, de los actores con el público. De esta manera, la obra se transforma en un proceso de reconocimiento y aprendizaje interesante, si la observamos con la suficiente humildad como para no cerrar los ojos y aguantar el golpe con el cemento.

1 comentario:

C. dijo...

No creas ke aca no es helado :S ultimamente el clima aca ha cambiado...es mas humedo y mas si uno vive en el cerro como yo :S
cof cof vale por tu comentario :D aunke lo ke escribo me ayuda para desestrezarme xD nos vemos por las tierra-si-heladas xD :) cuidate y me gustan tus escritos! aunke suene lesvico :S mucho the l word xD saludos y cariños! sisisisi :)

sigue escribiendo ke estare curiosiando :P