6.5.10

Enferma de abril.

Enferma de abril recomienzo este blog con más de pueril que de poético. Por eso el nombre, en un ejercicio de poca vanidad y autoreconocimiento, quiero honrar uno de los mejores platos de mi difunta bisabuela. Una de las cerderías más grandes pero más deliciosas de la culinariedad chilena. Y ese es un tema para otra entrada.

Le tengo miedo a Abril. Una fobia loca. Por dónde empiezo, y he ahí el desahogo, empezar para terminar. El mito de hablar para cerrar, como si dejar de pensar fuera un mecanismo exteriorizable, el switch que activo tocándome la nariz o un pezón. Este horrible miedo se genera desde la serie de acontescimientos desagradables, incontrolables y contínuos que llenaron este mes que, gracias a la intervención del Cronos, ya se termina. Lo primero fue el despido. 1 de Abril inauguramos semana santa con el despido, término de contrato, ausencia de explicaciones y otros apelativos para el adiós a las clases en el Lastarria. No le podemos decir porqué pero usted no aprobó el examen sicológico. No le podemos mostrar su test pero le aseguramos que no puede hacer clases en este establecimiento. Y el pituto aparece a hacerles clases a mis alumnos, que sí, siguen siendo mis alumnos, que siguen en contacto y que espero poder hacerles el bendito taller literario que no puede transformarse en una epifanía.
Luego, sucesos como la pérdida de mi provisorio dental, la equivocación de micro cuando iba en función de guía..., la nula posibilidad de comprar cositas en un almacén porque los códigos de barra no funcionan, los cortes de luz que provoqué al encender algunos interruptores que funcionaban perfectamente cuando mi familia los ocupaba, fueron coronados por el examen de grado. El examen de grado. Un rayo-trueno en la mitad de mi presentación con power point, terminó con la luz y con mi autoconfianza. Luego, un amoroso profesor que no me permitió salir a buscar a alguien para que lograra encender el computador y continuar con mi exposición. Tuve que terminar a capella no más. No me fue mal pero la impotencia fue desastroza por un rato. ¿Zeus y sus amiguitos en mi contra? Después de eso, ¿qué más? decía yo...
Bueno, luego vinieron otras anecdotas, una gastritis horrenda en un carrete me hizo vomitar. A mi, la que nunca vomita, la que odia vomitar y a los vomitantes... a horas de dar mi discurso al respecto, bueno, me tuve que tragar mis palabras. O expulsarlas horriblemente en el baño de mi amigo. Horrible no tener presente los detalles. Asumir que los detalles hacen las historias y los errores. Si hubiera cerrado con pestillo el baño nadie hubiera entrado, y nadie hubiera sabido de mi escatológica situación. Porque obvio, entró alguien y cuando salí, la atmosfera de lástima etílica rondaba en el ambiente. Una ebria, una loquita curada vomitando en un baño de rancia. Ojalá hubiera sido así para no acordarme. Para no haber tenido tercianas toda la noche y el dolor de guata acompañandome el fin de semana completo. Pero no pos, detalles como ese hacen las anécdotas.
Detalles como el mensaje de texto que le mandé al niñito malcriado al que le hacía clases particulares, diciéndole que habia sido maleducado cortarme el teléfono y dejarme hablando sola, en una de las tantas llamadas que hice para que me pagara la clase de principios de marzo que le hice y me debía. Detalles como ese que hicieron que su mamita abogada me respondiera el teléfono violentamente, amenazandome con su título, con que yo era poca cosa y que me atreviera a cobrarle. Otro mal rato. Uno que me costó ocho mil quinientos, los que esa mujer ignorante me robó. Terminé diciendole que si me trataba de rota, ella era más rota que yo porque había que perseguirla poco menos para que me pagara, que si tenía problemas económicos y de plata, a lo que ella ironizó con que sí, que tenían muchos problemas, no contratara profesores particulares. Entonces corté.

Estoy cansada. Ayer colapsé. Ya no sé que más me falta para confirmar mis malas energías. Aún no me siento con la suficiente energía como para reconstituirme y tomar decisiones para con mi estado de ánimo ni elaborar teóricas con respecto a vivir el día a día. Estoy chata. Y eso que no quiero ni pensar que todavía estamos a 28.

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