20.12.07

De postre: Sandías.




Hoy la primera sandía que comí fue con mi madre. 2007 no fue un año redondo. Quizás sí sandidezco, rojo sangre y con muchas pepas. Deforme, inestable, nunca sostenible a no ser que lo rompieras en trozos y lo devoraras por pedazos. ¿Qué pedazos eran el corazón de la sandía? (es decir, los dulcecitos, los jugosos, los fresquitos): Aprendí a mirarme al espejo y sonreír de vez en cuando. No siempre, no todos los días... de vez en cuando. Me morí, estuve muerta un poco de tiempo y luego reviví con el espíritu de Napoleón, y ahora sé que puedo ponerme la mano bajo la chaqueta y gobernar el mundo si así lo quiero. Me di cuenta de la gran cantidad de cosas que salen de mis manos y mis labios. Y cosas buenas. Saborear eso fue un deleite y un orgullo que no tuvo ninguna pepa. Conocí gente grandiosa, gente inesperada, gente con la que no siento complicaciones al decir te quiero. A algunos de estos cortes ya los tenía en mi vida y los descubrí azucarados y con sabor a frío en días calurosos. Y, el corazón más corazón, lo más rojo y absoluto, lo que rodeas con la cuchara para comértelo al final, se descubre en una semana más, cuando las uñas y las manos que tanto he descubierto este año me ayudarán a sobrevivir el invierno más intenso de mi vida. El viaje que anhelo desde que tengo conciencia de ser conciente se concreta en un par de días. Me voy a Europa, sola y con las mismas posibilidades de sobrevivir o morir congelada a los pies de los rastros de un “Yesterday” en Liverpool. Y me encanta y vivo por ello y me deshago por ello.



¿Y qué pasó con las pepas? ¿Los pedazos desabridos? Todos esos despojos blanquecinos y harinosos, se botan, se escupen, así que no vale la pena mencionarlos aquí.

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